Jesús García González y Ana Sánchez Vicente, miembros de Pastoral Juvenil de Plasencia, comparten con nosotros su experiencia misionera vivida este verano en Perú, en la Región Madre de Dios situada en plena selva del Perú, en una casa de acogida para niños que viven diferentes situaciones de vulnerabilidad.
Este mes hemos vivido una experiencia que ha marcado nuestras vidas.
Montados en
el avión resonaba aún en nuestras cabezas las palabras de nuestros familiares y
amigos que nos animaban y a la vez se preocupaban por cómo nos iría allí. A eso
se sumaban los nervios, los meses de espera, vacunas...etc y una pregunta que
no podíamos parar de hacernos ¿estoy preparado para ayudar? ¿Qué puedo ofrecer
yo a los demás? ¿Cómo puedo servirles? Íbamos a Puerto Maldonado, una ciudad en
la selva del Perú, situada al sureste del país y haciendo frontera con Brasil y
Bolivia. Sin duda una visión muy distinta a la que estamos acostumbrados.
Calor, humedad, arroz en todas sus formas y de todas las maneras posibles,
plátano frito, aguaje, copoazú, papaya, motocarros, calles sin asfaltar,
“cuartos”, distintas miradas, otro color de piel, palabras diferentes, otra
moneda...Mucha novedad en muy poco tiempo. Comenzaba nuestra experiencia.
Cuando nos
dimos cuenta ya estábamos en esa casa, y Teresa, la misionera encargada de la
casa ya estaba esperándonos. Los primeros días nos sentíamos extraños, no sabíamos
si estábamos allí, sentíamos una sensación de inseguridad de no saber si
estábamos haciendo de forma correcta las cosas. Muchas dudas, muchos
pensamientos rondaban todo el día por nuestras mentes, sobre todo al descubrir
las situaciones tan duras por las que aquellos niños y niñas habían visto y
vivido siendo tan pequeños. Pronto esos pensamientos se fueron diluyendo, el
ponernos en manos del Señor, la oración, nos ayudó pronto a darnos cuenta de
que nuestra labor no era la de hacer grandes proyectos, tampoco la de ser
superhéroes o solucionar la vida de nadie, simplemente nos quería allí para
ESTAR con ellos, con los niños.
Con el paso
de los días íbamos conociendo las distintas realidades que sufrían estos niños
por parte de sus propias familias desde pequeños... testimonios desgarradores,
que nos hacía quedarnos perplejos ante tanta crueldad y maldad. Pero sin duda
era mucho más emotivo y gratificante ver sus muestras de cariño, sus sonrisas,
incluso sus enfados y peleas entre ellos mismos, estaban siendo NIÑOS,
seguramente, por primera vez en sus vidas. Así iban pasando los días,
jugábamos, salíamos al parque, les ayudábamos en lo académico, rezábamos....
Además de trabajar cosas sencillas como lavarse los dientes, comer todos juntos
o incluso descubrir que lavar la ropa todos juntos puede ser muy divertido. Nos
estábamos convirtiendo en una gran familia.
Si ha
habido algo que sin duda nos ha marcado todo nuestros días de misión en Puerto
Maldonado ha sido las familias. Cuando
te encuentras delante de una niña de 7 años que es responsable de sus tres
hermanos pequeños los cuales han sufrido durísimas situaciones, porque sus
padres literalmente se han desentendido de ellos nos hizo plantearte si
agradecemos suficiente a nuestra familia todo lo que se preocupan por nosotros
y todo el amor que nos muestran. replanteas si realmente algunos de nuestros
“problemas de aquí” tienen la importancia que les damos ya que su realidad
familiar es muy diferente de la nuestra. Quizás tenemos más suerte de la que
pensamos, no nos damos cuenta y no lo agradecemos. Es entonces cuando comienzas a valorar desde
ducharte con agua caliente hasta el
cariño y respeto con el que te ha tratado tu familia durante toda tu vida.
Es por eso
que desde el primer día hemos intentado ser uno más y hacernos partícipes
viviendo como una gran familia.
En
definitiva, ha sido un tiempo de conocer un poco la realidad de otros lugares y
las desigualdades que podemos encontrarnos en él. Un tiempo para conocernos a
nosotros mismos, salir de la rutina y sumergirnos en otra realidad
completamente distinta a la que vives a diario. Todo esto, para que cuando volvamos
a nuestra realidad, veamos de que manera poder aportar algo a las personas que
están a nuestro lado para mejorar nuestro mundo.
Por último
dar Gracias a Dios por haber vivido esta experiencia en todo momento junto a
ÉL, teniéndolo presente, sintiendo su ayuda en los momentos más difíciles y
agradeciéndole tanto bueno como nos ha dado durante todos los días de nuestra
vivencia en Puerto Maldonado.
Jesús y Ana
Jesús y Ana