El 13 de noviembre del año pasado se celebró en la Basílica de San Pedro el Jubileo del Año de la Misericordia de las personas marginadas a la vez que se cerraban en las iglesias de todo el mundo las Puertas de la Misericordia. Como signo de que sólo se cerraban las puertas de los templos y no las de la Iglesia, al finalizar la homilía el papa Francisco manifestó su deseo de que “quisiera que hoy fuera la «Jornada de los pobres»”. De esta manera, espontáneamente, surgió la Jornada Mundial de los Pobres, que este año tiene lugar por vez primera.
El Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de los Pobres, aporta un elemento delicadamente evangélico y que completa a todas las demás Jornadas en su conjunto, es decir, la predilección de Jesús por los pobres”.
El lema de la Jornada "No amemos de palabra sino con obras" refleja que La misión de la Iglesia es precisamente prestar atención a las múltiples pobrezas que sufre la humanidad: económica, moral y espiritual. Por eso es tan precioso el testimonio de los misioneros y las misioneras que han entregado su vida para hacer visible la preocupación de Dios por los pobres. Ellos dejan su vida cada día con sus gestos, sus acciones, sus actitudes… amando no sólo de palabra sino también de obra. De esta manera permiten, en palabras del papa Francisco, “entender el Evangelio en su verdad más profunda”.
Termina el Papa su mensaje para la Jornada expresando su deseo que “esta Jornada Mundial de los Pobres se establezca una tradición que sea una contribución concreta a la evangelización en el mundo contemporáneo”. La Iglesia cuenta con los misioneros que han hecho de cada un de sus días en este mundo un encuentro con Cristo en la pobreza de sus hermanos.
Fuente: OMP
El pasado 19 de noviembre en unión con Cáritas Plasencia, Cónfer Plasencia Y Manos Unidas participamos en la Eucaristía celebrada por nuestro obispo D. José Luis Retana en la Catedral para celebrar juntos la I JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza.
Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad.
Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos, la bendición de Dios.